Esa noche, había un silencio rotundo y Elisa tenía el rostro desencajado porque la carta que sostenía en sus manos, anunciaba el regreso de aquel que alguna vez destrozó su vida y sus dedos temblaban incontrolables ante la llegada de lo indecible...
A la luz del candelabro y mientras la noche se cerraba, el dolor tomaba forma en su memoria y las horas anunciaban que los tiempos serían terribles...ella debía huir lo más pronto posible de ese lugar sombrío donde la muerte acechaba y la luna, ya no tiene brillo.
Pero ella no podía moverse porque el terror la paralizaba y el grito de la tormenta alumbraba el interior herido de una vieja alcoba, en esa mansión sin nombre, donde los péndulos parecían balancearse en los abismos…
Y es que allí, en esos terrenos cubiertos de piedras sueltas y noches frías, de llantos tristes y casi un lugar desierto, donde se levantaba esta casa como una sombra a mitad de la noche y en medio de la bruma donde el viento no tiene sosiego y la demencia cobra vida ante el terror de lo indecible y las paredes que rodean la mansión de los pedregales olvidados, cuentan una historia ceñida por el tiempo...el dolor sin escrutinio, va más allá del miedo…
La noche estaba silenciosa, Elisa no podía dejar de temblar en ese espacio reducido que la tenía atrapada, como en un claustro de memorias y recuerdos maltratados, de donde no podía escapar, rodeada de riscos, de silencios y fantasmas, sí…esos fantasmas que habitaban debajo de los enormes candelabros colgantes de un techo que casi se le venía encima…además, estaba débil, sí…muy débil y apenas daba unos pasos y sentía que el aire se apretaba en su pecho, ahogándola de miedo, en esa mansión sin vida, que la consumía…Oh Elisa…gritaba el viento…Elisa…
Señora…
Se oye una voz que la llama casi sepulcralmente…su corazón da un vuelco y sin voltear responde…¿Dime Bruno?
Bruno es un viejo habitante del tenebroso pueblo que sobrevive en silencio debajo de los pedregales olvidados y es un fiel servidor de Sir Jacob Daniels, el temible propietario de esa mansión herida y todo lo que en ella se desangra lentamente.
¿La Señora quiere cenar en su alcoba o la ayudo a bajar las escaleras para servirle en el comedor principal?
Elisa apenas sonríe –con una sonrisa que más bien parece una mueca triste- diciendo –¿Con qué objeto Bruno? Tantos escalones, tanto agotamiento para sentirme apenas un punto cardinal perdido entre cuatro enormes paredes, mientras por esos horribles ventanales me observa el viento, la noche y el miedo? No! comeré aquí mismo, en estos eternos silencios a los que he sido confinada sin consuelo.
Bruno se retira en silencio /casi sin observarla/ a pesar de que no le pierde un paso y aunque quisiera ayudarla, no podría porque el peso de la muerte caería sobre su familia, si tan solo intentara consolar a Madame Elisa Daniels, de quien no comprendía cómo podía cumplir con tal entereza y dignidad, su fatal destino.
Elisa lo escucha cruzar los portales cerrándolos tras de sí y lo oye alejarse lentamente...un sollozo se ahoga en su garganta... un grito se pierde en los confines de su alma... pero no dice nada... ni siquiera parpadea, mientras una lágrima se resbala por su pálida mejilla, de un tono grisáceo de mármol y ceniza, que aún dibuja su precioso rostro.
En un rincón de la habitación la luz apenas titilaba… el viento afuera cantaba la canción nocturna de todas las noches, anunciando la llegada de próximas pesadillas.
Elisa parecía a veces inmutable y otras tantas, perdía la razón en un espacio tan breve que aquella quietud estéril que reposaba en los pasillos de pronto se miraba sumida en el desespero, el grito y el llanto de centenares de lamentos fantasmales, casi animales dirían los caminantes de la noche, que huían apresurados, cuando en la mansión de los pedregales olvidados el cielo se hacía más denso y aún de lejos, como cuenta la leyenda, se escuchaban los quejidos de la muerte.
Elisa parecía a veces inmutable y otras tantas, perdía la razón en un espacio tan breve que aquella quietud estéril que reposaba en los pasillos de pronto se miraba sumida en el desespero, el grito y el llanto de centenares de lamentos fantasmales, casi animales dirían los caminantes de la noche, que huían apresurados, cuando en la mansión de los pedregales olvidados el cielo se hacía más denso y aún de lejos, como cuenta la leyenda, se escuchaban los quejidos de la muerte.
Oh Elisa, qué maleficio había caído sobre su rostro, su cepa y su morada…que a donde fuera la tragedia la seguía y la locura se gestaba lentamente en un lugar secreto de su alma, que ella a veces acariciaba como una niña que perdida, deambulaba por esos lugares tan lúgubres y solitarios de pasillos inmensamente largos, poco iluminados y donde el aire se sentía tan pesado, casi ausente, que a veces sin ningún motivo, la misma alcoba se ahogaba entre sus cuatro paredes y los viejos muebles crujían su propio desespero.
Ay! Pobre de Elisa, con su cara de cristal y porcelana, rajándose a pedazos cada vez que se miraba en el espejo y apenas recordaba su pasado, oh no! ese horrible pasado que la había sumido en la locura de una identidad perdida, que al final de cuentas, resultaba su mayor consuelo. Sin embargo, ella tenía esa sensación de terror y sombras, de dolor y ausencias, de un aliento negro, que invadía todo sus silencios, hablándole del miedo!
Esa noche, las aguas estaban mansas… pero los bosques sin embargo, parecía rebelarse cada día en ese inmenso lugar de insomnios y lamentos, y detrás de las paredes se encerraba una vida que se extinguía silenciosamente, como el tiempo y las horas, en esos péndulos siniestros de un reloj que gime.
Ya, en la soledad de su alcoba, Elisa duerme mientras los fantasmas la visitan… ella no puede recordarlo, es un consuelo en su mundo inmerso entre la realidad y la locura, que asoma sin ningún aviso y de la misma forma se marcha.
Pero todos lo recuerdan, sí… menos Elisa, aunque nadie habla de ello.
Elisa era tan joven e inocente y trágicamente se había enamorado del hombre equivocado que despertó la furia de su hermano, Sir. Jacob Daniels, que ha dejado un valle de sombras por donde ha pasado, incluso en los jardines de su hermana que lentamente ha convertido en unos despiadados pedregales, que parece que se yerguen en la noche cuando las sombras cuentan aquella tenebrosa historia que sumió a todo el pueblo en una oscuridad que llora.
Y quién no recuerda la Mansión de Piedra en las Colinas Rotas donde vivía Sr. Angelous Miles, el joven apuesto de quien Elisa se había enamorado a pesar de todos los esfuerzos de que ellos jamás se conocieran por una pugna ancestral de familias, una noche de aquellas hermosamente largas y profundamente negras –ellos se conocieron- camino al valle de las magnolias a donde Elisa le gustaba ir para escribir un poco aquellos versos suyos “entre la tierra y el cielo”, como Angelous solía llamarlos.
Y el amor entre ellos, fue instintivo…parecía haber nacido desde los riscos que terminaban en los mares y se estrellaban sobre la piedra sólida y eterna que adornaba la silenciosa huella de sus recuerdos, hasta que un día, esa misma fuerza los haría pedazos!
Elisa no sabía de los odios que terminarían por paralizar su mente, pero Angelous sí lo sabía, lo supo siempre –que ella era prohibida- pero cayó rendido desde el primer instante en que sus ojos se posaron en esa mirada intensa de ojos pardos y un rostro de piel de seda… Oh sí… él lo supo en sus adentros…lo supo sin remedio, pero no tuvo ningún reparo, porque él moriría por ella si fuera necesario!