martes, 3 de junio de 2014

Capítulo II

Los gritos eran espeluznantes y los mismos fantasmas parecían esconderse de los ojos desorbitados de Elisa que se agitaba desesperadamente sobre la cama, como si una fuerza superior a ella la sacudiera y la hablara al oído, algo que solamente ella escuchaba y gritaba

“No……no……no te lo lleves, no por favor, nooo” 


Y con un sollozo tan intenso que atravesaba las paredes de ese lugar siniestro y aún, en los bosques que colindaban las torres, los lobos que habitaban en sus cumbres, parecían estremecerse.

Al escuchar esa agonía desde la planta baja, Bruno y Emma -el ama de llaves- corrieron todo lo que pudieron esas anchas escaleras que conducen a la parte más sombría de la mansión y donde pocos se han aventurado a entrar y mientras se acercan, se hace evidente que será necesario que Emma se mude a la planta alta junto a la habitación de Madame Elisa, para socorrerla durante esos episodios tan terribles que cada vez se hacían más frecuentes.

En el momento en que entran a la alcoba, Elisa da un salto hasta una esquina donde se acurruca sin dejar de temblar y está empapada de sus propias lágrimas y el sudor tan frío que corre por su médula espinal hasta el helado piso de mármol y tristezas que termina en un ventanal abierto donde el viento, se ríe como un eco alucinante y fiero en complicidad rotunda con la tormenta que se ha colado por la ventana como escarcha y la abraza tan inmisericorde.

-Hay que secarla inmediatamente, dice Bruno, o podría enfermarse y morir en estos condenados pedregales! 

-Trae unas toallas Emma, de prisa, le acata.

Elisa está como ajena a todo lo que la rodea, todavía solloza suavemente y sus labios están tiritando y como un pajarillo azotado por la tormenta, se desvanece en los brazos de Bruno, que siente por ella tanta pena y tanto aprecio.

Si él no hubiese sido testigo de su desgracia –piensa-, hace mucho tiempo se hubiera marchado de esas tierras olvidadas por la vida, pero un sentimiento de dolor y vergüenza lo embarga, mientras lentamente Elisa recobra la conciencia.

-¿Qué hemos hecho con ella? se dice en un grito silencioso que le desgarra el alma-

Ya no había nada que decir en esa hora y detrás de las paredes del silencio, la noche miraba por las grietas donde había una calma que daba miedo... y el gélido susurro de los vientos parecía llamarla...con ese ulular lejano y con ese sonido que estremece, cuando sus ráfagas se chocan con las rocas y las aguas derraman con locura, la huella que jamás se borra a los pies de aquel abismo, donde en la noche, cuando truena la tormenta allí en lo alto se observa erguida, como una gigantesca lápida...la sombra de la casa y su tragedia!

Esa noche, hacía demasiado viento, Elisa permanecía tan fría, como una lápida de mármol aguardando la tonada de la noche, velando su locura… se miraba tan quieta, tan triste y solitaria, con esa belleza pálida que enmarcaba una leve cicatriz en su mirada, perdida en algún lugar sombrío de un recuerdo, que no tiene memoria… 

- Es que si ella recordara, se dice Bruno en sus adentros, no sabía qué era mejor para ella, si vivir la tragedia de su historia o la ausencia deshojada de su alma.  Quizás esos episodios de locura y esa confusión abrumadora, era su mejor aliada.

- Oh Bruno… le susurra con una voz tan suave como un pájaro herido y desahuciado…

- Aquí estoy Madame, no tenga miedo que no voy a dejarla sola

Elisa lo mira largamente, como queriendo leer en la profundidad de sus ojos, esa verdad que ella sabe que desconoce y aunque teme, quiere conocer, aunque llegue a aniquilarle su simiente.

-He escuchado algunas voces, le dice Elisa, con su voz quebrada y temblorosa…

- Debió ser el viento, la tranquiliza Bruno…

-No, le dice ella con desespero… esa voz me está llamando y me dice Elisa…Elisa… como un quejido y un lamento que me asusta y casi puedo reconocer esa voz en las tinieblas que parece venir de muy lejos y a la vez es tan cercana… sí… parece venir de aquel lugar prohibido por mi hermano…de la Sierra quebrada de los sauces muertos. Oh Bruno, recuerdas ese lugar sombrío que no sé por qué me da tanto miedo?




-Bruno guarda silencio, no le dice nada, solamente intenta mantenerla abrigada esperando que deje de temblar y que pasen esos momentos fugaces de un fatal recuerdo, fragmentado en mil pedazos.  Duerma mi querida Madame, le dice, ya pasa de la media noche y la tormenta no cesará hasta mañana.  Emma y yo la cuidaremos toda la noche, duerma por favor, duerma-

La noche se siente pesada… un suspiro se expande en la almohada de Elisa que empieza a relajarse un poco y la lluvia afuera empapa los ventanales de gruesos cortinajes en fieltro de un marrón intenso.

La tormenta continúa pero cae en un extraño silencio que estremece hasta los huesos.

-Emma mira a Bruno directamente a los ojos e intenta decirle algo y sin devolverle la mirada le dice… Calla Emma, calla que no aceleraremos a su memoria, que parece que lentamente empieza a despertar de su letargo.


La habitación estaba en penumbras, un pequeño candelabro sirve de marco en ese espacio etéreo, donde la locura se refleja en el espejo y la noche, continúa con su paso, cuando una sola campanada anuncia que la madrugada será tan larga, como negras las montañas que la abrazan.






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