miércoles, 28 de mayo de 2014

Capítulo III



Todo estaba sigiloso en esa madrugada tan fría… las cigarras se habían apagado en su destello y los bosques, gemían soledades en medio del silencio… tan solo se escuchaba allí a lo lejos, el golpeteo de los cascos de esos caballos pardos que arrastraban el carruaje en su crujir intenso y a veces lo siniestro de esos ojos negros, inmutables…penetrantes y tal vez, casi afilados como dagas apuntando al infinito…

Sin duda Sir Jacob Daniels había llegado a la Mansión de los Pedregales Olvidados, con su rostro marcado de un pasado que aun siendo un hombre atractivo, retiene en cada surco el dolor de lo indecible y lo solemne de una voz que va gritando!

Qué sucederá ahora dentro de las paredes de piedra y granito, de lluvia y locura, de viento y pesares recorriendo los pasillos...Y qué será de Elisa... con esta llegada que parece desangrar la aurora...

Al amanecer Bruno se levanta y apresurado, conocedor hasta del último aroma que habita la casa se dirige al despacho que estaba vacío pero había un aroma intenso como a un vino añejo y a un puro recién apagado entre los leños.  


El amo ha llegado, dice para sus adentros y sale apresurado para encontrarse con Emma a quien le dice de manera sombría:

- El Señor está en casa.  Ve y acompaña a Madame Elisa para que se arregle y si desea que desayune en su balcón, mientras se adapta a la llegada que tanto teme.  Trata de no alterarla que  yo subiré en cuanto pueda.

Emma se va corriendo a la planta alta… lugar que por cierto casi nunca visita Sir Daniels cuando llega a la mansión, pero como todos, sabe que el encuentro cara a cara entre Elisa y su hermano será inevitable, sí… trágico e inevitable.

Bruno recorre los pasillos cuando escucha la inconfundible y áspera voz de Jacob diciendo…

- He llegado esta madrugada, el frío es inclemente a pesar de los leños en la hoguera y mi estadía no será muy larga.

- Bienvenido amo, responde Bruno con una leve inclinación de saludo preguntando ¿Dónde le sirvo su desayuno al Señor?

- En mi despacho

Bruno da la vuelta y a sus espaldas escucha

- Dónde está Elisa?

- En las habitaciones de la planta alta, le responde.  Donde dormía su madre.

- OH! Exclama Jacob, sabe que no me gusta entrar allí.  Infórmale que he llegado!

- Ya lo sabe amo, pero ha estado un poco indispuesta y seguramente podrá verla hasta mañana.

- Está bien, responde, tendrá que verme tarde o temprano que he venido para llevármela.

- Señor, exclama Bruno con la voz angustiada: Es demasiado pronto, ella necesita tiempo.

- Ya está decidido Bruno, no intervengas.

Bajando la mirada como  queriendo ocultar su gran desasosiego se retira.  Pero él sabe que si la presiona demasiado, todo será una terrible tragedia y ya han pasado demasiadas tragedias en esas tierras olvidadas.

Una vez libre, Bruno sube a la habitación de Elisa.  En cuanto entra ella se acurruca en sus brazos como una niña, buscando la seguridad de un padre y ahogada en un sollozo que no deja entender sus palabras.

-Cálmese madame, le dice en un tono fraternal y suave, ya verá que todo saldrá bien y nadie podrá lastimarla

- Bruno, dime qué está pasando!  Sácame por favor de esta confusión y bruma en la que me encuentro perdida.  Tengo tantas visiones mezcladas,  entre recuerdos dolorosos y agradables y la voz de un ángel que me está llamando.

- Debe ser valiente madame Elisa, porque mañana se encontrará con su hermano frente a frente, pero no sienta angustia porque yo estaré muy cerca.

- No Bruno, no, NO LO PERMITAS, SABES QUE ME ATEMORIZA!

- Cálmese por favor, él no debe verla de esa manera que todo sería más difícil.

- Elisa llora hasta quedarse dormida y no quiso levantarse ni comer en todo el día.

El reloj estaba a punto de marcar las 10 de la noche y los lobos empezaron a cantar su triste serenata bajo el eco de la luna, que muchas veces apenas se miraba.

Sr. Jacob Daniels se acercó pausadamente a la ventana, la que parece crujir ante el peso sobrecogedor de su inconsciencia.

Era un hombre alto, distante, enigmático y de unos ojos fríos como las aguas a la orilla de los despeñaderos y su corazón era tan duro como las mismas rocas de aquellos riscos que sostenían las sombras de los pedregales olvidados, pero él también sufría en un silencio casi desgarrador y solitario.

Se queda allí no sabe por cuánto tiempo.  Tantas cosas habían sucedido en ese lugar herido y parecía que fue ayer donde la sombra de la muerte, marcó su pecho y quebró como una rama la frágil conciencia de su hermana.

Tanto daño causado, tantas directrices de la vida, toda esa heredad que se odia desde los ancestros y su pequeña hermana sumida en la locura a causa de aquella rabia incontenible que lo transformó en  un monstruo.

Quizás era mejor marcharse y dejar las cosas como estaban o intentar llevarse a Elisa de ese lugar perdido donde la sangre, corre por las alcantarillas y los muertos aún se quejan como niños, cuando llora el viento.


Continuará...


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